Las empresas tienen un gran reto: dejar de lado el diésel, mantenerlo en sus flotas y… hacer caso de la RSC
Quizás, en un futuro se hable de 2019 como el año del despegue (¿definitivo?) de los eléctricos y los híbridos. A pesar de que crecían siempre a ritmos altísimos (fácilmente explicables por sus ínfimas cifras de ventas), la verdad es que las motorizaciones alternativas llevaban años estancadas en el entorno del 4-5%: en 2016 representaban un 3,7%, en 2017 ascendieron hasta el 5,1% y, en el primer trimestre de 2018, al 5,5%. Sin embargo, en el mismo periodo de este año, subieron al 10%. Un dato que se mantiene, grosso modo, en el conjunto del canal de empresa y en el segmento del renting.
En la Comunidad de Madrid, ayudado por el ‘efecto Madrid Central’, llegaron a situarse incluso por encima del 13%, y en la ciudad, en un histórico 32%, superando por primera vez al diésel.
Todo esto no hace más que poner de relevancia un hecho incontestable: la presión (social, institucional, de imagen…) para virar hacia las energías ecológicas es cada vez mayor para los responsables de flotas. Algo que contrasta con otro dato insoslayable: para la gran mayoría de los coches de compañía, la opción más rentable sigue siendo el diésel. Entonces… ¿se trata de sacrificar el balance de resultados en favor de la RSC? La respuesta no es fácil de dar, ni mucho menos única.