El coche eléctrico no consigue despegar como alternativa viable al convencional por las mismas razones esenciales por las que perdió la batalla contra la gasolina hace un siglo. En 1900 se vendieron en Estados Unidos 4.200 vehículos, de los cuales un 38% eran eléctricos y el 22% de gasolina (el resto eran de vapor). Si éstos se acabaron imponiendo fue no solo por sus crecientes mejoras, sino también por las severas limitaciones de los coches eléctricos: un tiempo de recarga lento y una autonomía insuficiente que son hoy aún, junto a una infraestructura escasa, sus principales talones de Aquiles.